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sábado, 24 de noviembre de 2007

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Cuando muere una lengua

Decir que vivo del idioma y que por eso me interesó el tema sería absurdo, así que no lo dirédiccionario (aunque el sueldo que cobro cada mes compruebe que SÍ vivo del idioma) Este artículo no compete únicamente a las personas que están vinculadas a la lengua y la lingüística, y por eso me pareció interesante compartirlo.

“Cuando muere una lengua” selección extraída de "When a Language Dies" de John Ross – 25/11/2005 – traducido del azteca por Miguel Leon Portillo, traducido al inglés por John Ross, y traducido del inglés por mí. Mi Dios, ¡esto sí parece la Torre de Babel! (¡Mi dios! ¡Estoy mimetizándome con el Amigo!!).




Primero mata el lenguaje, luego la cultura
Cuando Muere una Lengua

Cuando muere una lengua,
las cosas divinas,
las estrellas, el sol y la luna,
las cosas humanas,
pensar y sentir,
ya no se reflejan
en ese espejo.

El planeta en el que vivimos ya no es la Torre de Babel que supo ser. Como la bio-diversidad, la diversidad lingüística está muriendo a un paso alarmante. Según la UNESCO, de 6000 lenguajes humanos conocidos, la mitad están en peligro inminente de desaparecer y el 90% de ellos podrían ser borrados para siempre en un año. Asimismo, la agencia cultural de las Naciones Unidas advierte que un idioma se pierde cada dos semanas: cinco idiomas del subcontinente indio fueron borrados del mapa durante el tsunami que azotó las islas de la Bahía de Bengala a principios del año 2005.

Dado que poca gente habla la mayoría de las lenguas del mundo – 4% de la población mundial habla el 96% de sus idiomas – la mayoría de los sistemas lingüísticos son extremadamente vulnerables a las vicisitudes de la vida y la muerte.

La diversidad lingüística florece en el sur – la mitad de los idiomas del mundo se concentran en solo ocho países: Papúa Nueva Guinea, Indonesia, Australia, India, Nigeria, Camerún, Brasil y México. El estado mexicano de Oaxaca, más pequeño que Portugal, alberga 16 grupos étnicos distintos y habla más lenguas que toda Europa.

Cuando muere una lengua
todo lo que hay en el mundo,
mares y ríos,
animales y plantas,
ni se piensan, ni se pronuncian,
con sonidos
que no existen ya.

Si cada idioma fuera una pieza, entonces México sería una gran mansión de sesenta y dos habitaciones. El lingüista, poeta e historiador Carlos Montemayor reflexionó en la reciente presentación de un volumen de poesía mexicana indígena: “Estos lenguajes no son dialectos, sino sistemas lingüísticos completos. El purepecha es tan completo como el griego, el maya tanto como el italiano. No hay sistemas lingüísticos superiores. Todos tienen gramática y sintaxis y vocabulario y etimología. Es una expresión de racismo cultural considerar dialectos a las lenguas indígenas.”

El nahuatl (azteca moderno) es hablado por más de 2.000.000 personas en 15 estados mexicanos. Hay un millón de hablantes de maya en el Caribe mexicano, casi el doble si se incluyen subgrupos del interior del territorio como los chol y tzeltal y tojolabal. El zapotec y el mixteco tienen un importante número de hablantes en las sierras y a lo largo de la costa de Oaxaca. A pesar de 500 años de imposición cultural durante los cuales los invasores europeos quemaron libros sagrados en piras públicas y prohibieron el uso de las lenguas autóctonas bajo pena de muerte, los indígenas de México han rehusado ser silenciados.

...

Cuando muere una lengua,
se cierra a todos
los pueblos del mundo,
una puerta, una ventana,
un asomarse
de modo distinto,
a las cosas divinas y humanas
que suponen ser
y vivir en el mundo.

Cuando muere una lengua,
sus palabras de amor,
de dolor y querencias,
tal vez las viejas canciones,
los relatos, los discursos, las plegarias,
nadie, no importa quién,
alcanzará a repetir.

Cuando muere una lengua,
ya muchas han muerto,
y muchas más morirán,
espejos para siempre quebrados,
sombras de voces
para siempre acalladas.
La humanidad se empobrece
cuando muere una lengua.



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